20 Jul Las máculas imborrables de Gema Rupérez. Marisol Salanova [2016]
En el trabajo de la artista zaragozana Gema Rupérez cada detalle está muy meditado, no es baladí el empleo del papel como materia prima, frágil, orgánico, perecedero en forma de pañuelo, al plantear su instalación Máculas expuesta en el Espacio en blanco USJ del 10 de marzo al 9 de abril de 2016 en el marco de la Bienal Miradas de Mujeres.
La pieza es de una pulcritud exquisita que recuerda al washi, técnica japonesa de fabricación de papel a partir de plantas de la flora local y no de pulpa de madera. Aunque no sea el caso ni se trata de tal material sí hay una primera mirada que lo sugiere de manera que evoca inmediatamente a las flores y de todos es sabido que tanto en la cultura japonesa como en nuestra cultura de sesgo occidental la flor se asocia a la mujer, a lo femenino, suave y delicado, cualidades vinculadas culturalmente a aquello que no es más que una asignación de género. Pues bien, el papel del Japón es algo transparente y sin embargo resistente, satinado, de color blanco o ligeramente amarfilado y de tacto terso. Emulando estéticamente el tipo de materia prima que mencionamos, la artista consigue poner en cuestionamiento esa fragilidad asociada al mal llamado «sexo débil» que se quiebra no por su naturaleza, que es harto variada, si no por el ejercicio de la fuerza bruta sobre ella, de la injusta y condenable violencia; violencia machista.
Máculas engaña al ojo para interrogarlo y concienciarlo. Podría ser una mera pared repleta de blancas flores elegantes y sutiles a merced de que alguien las arranque o por el contrario las cultive con respeto, un origami amable e intrascendente pero no, nada más lejos. En sintonía con la obra de artistas de la talla de Chiharu Shiota esta monumental instalación de Rupérez explora las relaciones entre el cuerpo humano, la pérdida y la memoria. Se trata de un registro visual del número de mujeres asesinadas por violencia de género en nuestro país, ahondando en la vulnerabilidad de los pañuelos de papel en cuanto a material simbólico idóneo para este cometido por su aparente endeblez y sus significados conectados con la caducidad de la carne.
Hasta el 2015 las víctimas mortales fueron 826 mujeres, desde que comenzó su registro en 2003 según el portal estadístico del gobierno español, y la instalación, fruto de una investigación previa con máxima sensibilidad, recoge tantos pañuelos como mujeres han sido asesinadas hasta la fecha de su inauguración pero, desafortunadamente, es un work in progress dado que el número de víctimas sigue en aumento, lo cual dota de un encomiable valor de denuncia a la pieza, interactiva y reactiva con una sociedad que no es capaz de frenar la violencia. Es una obra que utiliza la repetición de un objeto cotidiano y lo multiplica, elevando su significado a la maldita cifra de 837, marcando cada uno de los pañuelos con una pequeña mancha. La blancura del papel absorvente en el que se vierten lágrimas, fluidos vitales, duele como cuando se mira fijamente hacia un foco de luz. Cada pañuelo impoluto golpea la mirada del espectador al percibir esas diminutas manchas que son números, las máculas, la cifra de muertes que mancha el papel y nuestras conciencias.
Lo que supone trabajar con un pañuelo tipo kleenex en una pieza de tales dimensiones es evidenciar la magnitud del asunto representando las estadísticas en un formato que ocupa espacio y es tan rotundo que al mismo tiempo resulta frágil, delicado y potente a la vez. Remite al hecho ineludible de que solemos olvidar esas muertes cuando a la sociedad le supone números, es decir, que las tragedias duran poco tiempo en nuestra memoria y esa periocidad efímera la sugiere el papel con sus manchas casi imperceptibles, a las que hay que aproximarse para contarlas. Invitan o llevan a indagar, a que el espectador no sea mero espectador si no que se involucre, reaccione.
El objetivo de la artista es arriesgado, incomoda, pone de relieve algo que muchos prefieren pasar por alto y por eso resulta muy valiente y necesaria su obra. La reflexión que despierta va más allá del maltrato de género y la lucha por la igualdad de derechos y de trato entre hombres y mujeres, nos habla del respeto entre seres humanos. Rupérez mete el dedo en la llaga del adormecimiento moral actual sobre por qué nos afecta más el dolor cercano que el de personas que nos son ajenas en principio o que se nos representan como algo lejano, como esas estadísticas o como los refugiados que vemos a través de una pantalla de ordenador o televisión. Materializando una a una las muertes que encuentra plasmadas en un texto frío, fragmentado, estadístico, otorga presencia a esas personas, las dignifica y las sitúa a espaldas del olvido pues son ya manchas imposibles de borrar, alertándonos de un peligro al que debemos poner freno.