El río, el laurel y la locura de amor. Antón Castro [2010]

 

Gema Rupérez sintió desde muy pronto la atracción por el arte. Desde niña jugaba a mancharse las manos, a dibujar, a sembrar ríos de colores y de tinta. Desde joven se acostumbró a soñar: se envolvía en relatos, en imágenes, en bosquejos, y la consecuencia natural de todo ello ha sido su apuesta por la creación artística. Pasó por Valencia, por Córdoba y por la Fundación Antonio Gala, y por la ciudad de Urbino, donde descubrió la fuerza del arte contemporáneo. Urbino es la patria de un artista decisivo, el enigmático Rafael, pero allí Gema Rupérez no solo convivió con su huella renacentista y con su leyenda, sino que conoció nuevos caminos y las posibilidades de transformarse a sí misma con la pintura, con el dibujo, con las telas, con las técnicas mixtas. En este viaje hacia el laberinto de las formas, aparece otra figura fundamental: el artista, de estirpe mediterránea y conceptual, Jannis Kounellis, que le abrió la mirada y le sugirió otro universo de posibilidades. El arte es un territorio de libertad: un tejido de convulsiones y de latidos, de observación y método, donde es posible expandir la propia intimidad a través de la materia y de la metáfora.

Gema Rupérez destaca por su imaginación y su audacia. Para ella casi nada es difícil: reflexiona sobre algunas imágenes de un pasado lejano y reflexiona sobre la pintura y el marco, sobre las diversas capas del tiempo y de la manufactura. Le gusta emplear el cuadro con su formato tradicional, enmarcado; sobre el lienzo o la tabla dibuja, crea atmósferas, sugerencias, y luego añade una nueva capa, que es un tul o una muselina, o el cañamazo casi invisible de un suspiro, la exaltación de la transparencia, y pinta de nuevo. Gema Rupérez pinta y repinta, zurce, cose, trenza, invoca, y lo hace de un modo original. Creando historias, relatos, escenarios, representaciones casi teatrales en pintura, escultura, instalación o dibujo. Si hubiera que buscar algunas palabras que la definieran, estas podrían ser: levedad, sutileza, huida, vuelo, mito e inquietud. Estos seis términos, que quizá le gustasen a Italo Calvino, también aparecen en su nueva exposición: “Muselinas de vapor. Escenas de Apolo y Dafne”.

Detengámonos un instante en una palabra: mito. Mito. A Gema Rupérez le interesan los mitos, de alguna manera pueblan o son el argumento de su obra. Y especialmente, el mito de Apolo y Dafne, es el asunto central de la muestra. Gema Rupérez dice que le han interesado estos dos personajes porque quería meditar sobre el mito desde una óptica moderna porque al fin y al cabo en esta historia se está hablando de empecinamiento y persecución, de loca pasión y de metamorfosis, de deslumbramiento y de belleza, de rechazo y de desesperación, de ausencia y de desgarro. Se habla también de Garcilaso de la Vega y de su soneto, “A Dafne ya los brazos le crecían…”, de los estados de ánimo, de la locura y, sobre todo, la artista crea un planeta propio de los afectos y sus excesos, un poema nuevo desde una orientación moderna. Apolo perdió la cabeza ante la hermosura de Dafne, la persiguió, la acosó, le gritó una y otra vez sus cuitas, y finalmente, aborrecida, gracias a su padre, el dios del río, Dafne logró transformarse en un laurel. Esa transformación fue un milagro para huir del amor desparejo, de la violación y de otras heridas.

La muestra tiene dos planos distintos y complementarios: los cuadros, pinturas y dibujos, reunidos en técnica mixta, con algo de collage, y cuatro instalaciones pensadas para un lugar tan complejo en recovecos como el 4º Espacio. Los cuadros se agrupan en tres series: “Los escondites de Dafne”, “Los encuentros de Apolo” y “El exilio de Dafne”, a las que añaden dos cuadros grandes: “Impulso” y “Marea alta”. En ese conjunto, Gema Rupérez propone variadas iconografías y formas de pintura para sugerir el drama y sus matices contemporáneos: los intentos de ocultarse de una Dafne de hoy, capaz de volverse invisible entre la multitud, de atravesar el río en metro, de fundirse con el paisaje exuberante o de huir por una puerta condenada como Alicia en el País de las Maravillas.

Gema Rupérez identifica en cierto modo a Dafne con Alicia: ambas atraviesan la puerta del misterio, huyen, se transforman en el ardor del sueño. “Los encuentros de Apolo” tiene algo de inventario de una desolación: el enamorado busca, persigue y desea, sueña con su imposible amor, va de aquí para allá, deambula desesperado. Y “El exilio de Dafne” está resuelto por vía de la alegoría con un personaje que es y no es Dafne: una mujer carnal que adopta distintas máscaras y que se evade, que flota en el agua o que huye al galope. Gema trabaja en esta parte, en la obra colgada en la pared, el color y la sugerencia, propone un mundo plástico que quizá puede ser desmenuzado de forma narrativa como el relato de una seducción, un mundo que quiere ser, ante todo, pictórico, lírico y evanescente.

La muestra consta de cuatro instalaciones muy distintas. La primera, la más grande, es “Esperando su cuerpo”, que tiene algo de bosque inquietante de blancas sombras o de fantasmas, de cuerpos o buzos colgados del cuello. Entre ellos, como si fueran figuras de Juan Muñoz, por la umbría del bosque, anda Apolo, herido por una flecha de oro de Eros: los cuerpos se mueven, podrían oírse ecos, alaridos, se agitan la naturaleza y las pesadillas, y el enamorado busca a Dafne, que se ha ocultado en el interior de un tocón. La atmósfera es sutil e inquietante a la vez, de una blancura desapacible. “Amor de un solo sentido”, compuesto por un sillón que recorre un insistente tren eléctrico, es una meditación sobre la ausencia y la obstinación del amor, que gira en un único sentido: de Apolo hacia Dafne. Esa pieza está montada sobre un gran cojín y funciona muy bien: amplía el campo de batalla de este furioso amor. “Balanceo” tiene algo de columpio con una maleta colgada de unos largos brazos y unas negras manos, cuidadosamente iluminado. Dentro está el bagaje de sueños y conceptos de Gema Rupérez, esa maleta de ideas y propuestas que la va a llevar a la Casa de Velázquez, pero reside muy especialmente una alusión al viaje interior de Dafne, esa mujer exigida, violentada, acosada, que crece y desaparece, de dolor en dolor. El conjunto se cierra con una pieza espectacular, de dos tramos, “El resto de los pasos”, que incorpora unos pies (que tienen algo de René Magritte) que avanzan hacia una puerta en forma de espejo, una puerta que sugiere el mundo de Lewis Carroll, y una proyección donde vemos a una mujer que podría ser Dafne bajo un árbol que suelta y repliega sus hojas en los dedos del viento. La pieza es sencilla y efectiva, y también habla de una metamorfosis corporal.

“Muselinas de vapor. Escenas de Apolo y Dafne” es una exposición muy unitaria, muy trabajada en todos sus términos, concebida para ese espacio. Es imaginativa y conceptual, y propone una narración con muchas derivas y encrucijadas. No es necesario entenderlo todo: el arte es intuición, sugerencia, trazo y enredo, alianza con la materia, sentido del drama. Gema Rupérez ha sabido compendiar los asuntos universales en su apuesta: el amor, los celos, el acoso, la violencia sexual, el viaje interior, la muerte, el exilio, la búsqueda, la ausencia, el llanto y la desesperación. Y lo ha hecho con ligereza y hondura, con imaginación y con una convicción poética que la caracteriza y refleja su energía de artista en expansión.